Todavía estoy disfrutando con La mujer muerta de Manuel Rico, que se apellida como yo pero no es familia, aunque sí compañero en el arte terrible de juntar palabras y ver si echan chispas.
Las de Manuel arrojan extrañas alucinaciones del alma. La buena literatura es viaje, y en cada escritor sobrevive el último habitante de un mundo perdido. Mientras leo me siento parte de la continuidad de los parques de la que habla Cortázar.
Lo que sucede en los libros ya ha sucedido o está sucediendo o sucederá, porque las historias abrevan de un inconsciente colectivo donde están los amores que queremos y las guerras que odiamos, donde está Ana Karenina y La mujer muerta y el espectador que mató a otro porque comía palomitas mientras veía Cisne negro.
La realidad imita al arte, y el arte es culpable de la realidad. Leyendo un buen libro como La mujer muerta es tentador cerrar los ojos para gozar de la música de las palabras y del eco de nuestros propios pasos. Pero libros así no se han escrito para cerrar los ojos, sino para abrirlos.
Publicado originalmente en "Fuera de serie", de Expansion.com, el 4 de marzo de 2011.
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