LOS OJOS ABIERTOS
Cerraba los ojos y veía el rostro de Lorenzo. Le veía con los ojos cerrados y cuándo los abría, el dinosaurio ya no estaba pero el gran Lorenzo Silva todavía estaba allí.
Lorenzo y yo compartimos una “road movie” con escenas de acción como aquellas en las que corríamos por las calles entre una emisora de radio y un plató de televisión a punto de lograr el viejo sueño de la humanidad de estar en dos sitios al mismo tiempo. Desayunaba con Lorenzo y cenaba con Lorenzo. Los días en los que no estábamos de gira le echaba de menos. Tenía una conciencia de Lorenzo Silva, de su ausencia, similar a la que tienen los mutilados que sienten los miembros que les han amputado hace tiempo. Conocía las historias de Lorenzo Silva antes siquiera de que las hubiera escrito. Yo siempre había creído en un inconsciente colectivo en el que están todas las historias. Todas las lecturas, las relecturas, las cuartillas rotas no son sino modos de ejercitar el músculo de las palabras, de manera que en los escasos momentos en los que uno siente que le dictan pueda cazar al vuelo la voz que habla en esos instantes en los que se escribe en estado alpha, los momentos que unos llaman inspiración y otros epifanía: los escasos minutos que justifican una vida dedicado a un oficio que para muchos es quimera. Los años de trabajo permiten que esos momentos en que sientes que te dictan las palabras fluyan, que encuentres el tono, la voz y la respuesta. Lorenzo Silva y yo pronto descubrimos que oíamos la misma voz que nos contaba, a veces, las mismas historias. Cuando él presentó mi primera novela Los amantes tristes descubrimos que él estaba preparando una historia sobre Paris, que se parecía tanto a la mía a pesar de ser tan suya. A partir de entonces siempre me he encontrado a Lorenzo Silva en los momentos cruciales de mi vida. Presentó dos de mis novelas, fue generoso con una joven escritora y me colmó de elogios que quizá no merecía. Conocí a Lorenzo leyendo La flaqueza del bolchevique una novela corta que es una gran novela. El éxito del sargento Bevilacqua y su compañera Chamorro quizá ha eclipsado las que para mí son las grandes novelas de Lorenzo Silva: novelas como La flaqueza… y El nombre de los nuestros. Novelas negras en el sentido de que hablan de lo negro del alma a través de lo claro de las palabras. Por eso espero seguir encontrándome a Lorenzo Silva a través de las páginas y los kilómetros con los ojos cerrados y con los ojos bien abiertos. Porque él es el autor que ha ayudado a toda una generación a abrir los ojos.
2 comments:
Gosto dos textos em espanhol da Eugenia Rico. será que ela gosta de microcontos?
Agnelo
Hubo papiro, pergamino, vitela y papel.No importa cómo se lea,lo importante es que se siga leyendo y que tu sigas escribiendo
Marino
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