El Jurado del Premio Hucha de Oro: Javier Goñi, José María Merino, Luis Landero, Luis Mateo Díez y Eugenia Rico, celebrando el triunfo de la selección durante la entrega del premio de relato mejor dotado de la lengua castellana.
La victoria de España en el Mundial de Fútbol (y no el de Balonmano ni en el de Baloncesto, ni a las canicas, ni a quien la tiene más larga), ha significado un hito histórico comparable a la Batalla de Lepanto. Un “antes y después” en la epopeya de nuestro inconsciente colectivo. Si era cierto que lo que en Estados Unidos se había llamado “un perdedor” en España lo llamábamos “un buen hombre”, no era menos cierto que no estábamos acostumbrados a ganar, que la derrota era para nosotros una posición moral y hasta estética. Perder con honor, llegar segundo, merecer ganar, pero no ganar, eran toda una filosofía que no carecía de alicientes. Una historia desgraciada nos había hecho desconfiar de los ganadores y su prepotencia. El valor de una afición se materializaba en ser capaz de apoyar en la adversidad y no en la victoria. La derrota era elegante. El triunfo, excesivo. Pero ahora hemos vencido en nuestro particular “Juego de la Pelota". Si para los mayas se jugaba con la vida ante los dioses, a nosotros nos ha equiparado a los dioses.
El mundo entero ha decidido que meter una bola entre dos palos en el momento justo otorga poderes sobrenaturales y el "New York Times" titula “Spain in the top of the world”. Hemos entrado en el Grupo de 8 países que han ganado un Mundial de Fútbol, lo cual se parece mucho a entrar en el G8. Al menos psicológicamente, nos hemos sacudido el peso del pesimismo y el estigma de ser “tercer mundo”, de ser como estudiaba yo en el colegio, no hace tanto “ un país en vías de desarrollo”. Hemos recuperado la bandera para todos los ciudadanos, de todas las ideologías y de todas las regiones, demostrando que el pueblo está por encima de sus políticos. Nos hemos atrevido a estar orgullosos de nosotros mismos y de pertenecer a la piel de toro.
Todo eso es tan irreversible como lo fueron las horrores del 11M y nos cambia para siempre. De nosotros dependerá darnos cuenta de que somos eso que éramos ayer y de nosotros depende usar esa energía para ser mañana. Si los Zidanes y Pavones del Real Madrid crearon una realidad de empresas con directivos y becarios, esta selección viene proclamando la ausencia de corrupción y de personalismos, el trabajo en equipo y el arrimar el hombro como receta eterna ante la crisis. Podemos, si queremos.
Ahora sabemos que las cosas buenas ocurren, que los sueños a veces se cumplen, que los deseos pueden hacerse realidad y de nosotros depende no olvidarlo para poder meterle un gol a esa portería invisible del día a día.
Eugenia Rico