EL MUNDO ES UN LIBRO QUE AÚN NO HEMOS LEÍDO

MI LIBERTAD NO TIENE PRECIO: TIENE TU NOMBRE

POETA ES AQUEL QUE SE COMPORTA IGUAL ANTE UN REY QUE ANTE UN MENDIGO

TODO ES LITERATURA; DEPENDE DE COMO TE LO CUENTEN

LA MENTE ES COMO UN PARACAIDAS, SÓLO SIRVE SI SE ABRE

Thursday, 30 September 2010

La muerte blanca


Aprovecho para colgar hoy una crítica de Mar Langa Pizarro sobre La Muerte Blanca, publicada en Cincuenta y ocho artículos sobre narrativa contemporánea. Espero que os resulte interesante.


La muerte blanca es fría y dulce. Les llega a los cosacos que, ebrios de vodka, se tienden sobre la nieve hasta que los vence el sueño, y se les congela el miedo. Y les llega a los adolescentes que, como el hermano de la narradora de esta novela, fallecen dejando en blanco todas las páginas de su vida. Desde ese título simbólico, la existencia humana y la literatura se funden en la obra ganadora de la "XVI edición del Premio Azorín": «porque una novela no puede detenerse en el primer capítulo [...]. Ni un hombre morir antes de ser hombre» (p. 68); y porque «todo lo que hacemos lo hacemos para no morir. Por eso escalamos montañas, por eso escribimos libros, por eso tenemos hijos» (p. 150).

A la prosa de Eugenia Rico (Oviedo, 1972) se le nota su vinculación con la poesía, género en el que esta autora hizo sus pinitos literarios. Como ella misma ha afirmado, en La muerte blanca hay «una historia de búsqueda y resurrección que demuestra que el amor es indestructible», «un canto al paraíso perdido de la infancia, la bajada a los infiernos para buscar al ser amado y el regreso», y una «evocación de la felicidad vivida». Pero que nadie espere un relato de arquitectura narrativa, porque esta novela es, ante todo, una sucesión de retazos del pasado, entreverados con pensamientos vitales. Una búsqueda alucinada, en la que la narradora repite el juego de dudar de los límites entre la vida y la muerte: «puede que yo también [...] confunda las cosas. Quizá estoy muriendo en mi cama y pienso que estoy contando una historia en la que mi hermano ha muerto [...]. Él está a mi lado [...] Está vivo. Soy yo quien muero» (p. 116).

Se trata de un recurso que utilizaron, entre otros, Juan Rulfo (en Pedro Páramo) y Julio Llamazares (en La lluvia amarilla). A éste último, Eugenia Rico le confiesa un agradecimiento explícito en la última página de La muerte blanca; y uno implícito, cuando su personaje afirma que, años después de su muerte, descubrió que las camisetas de su hermano «olían a amarillo» (p. 190). No resulta extraño, porque el autor leonés, con el que Rico coincide en muchos de sus rasgos narrativos, no dudó en manifestar que la primera novela de esta autora, Los amantes tristes (2000), era «la mejor prueba de que sí hay buenos escritores en España».

Los amantes tristes, que Bousoño calificó de «libro excelentísimo», indagaba en el amor, la soledad, la esperanza y la amargura, a través de sus tres protagonistas, símbolos de la ruptura entre lo real y lo soñado, cuyos únicos puentes se llaman locura y literatura. La muerte blanca vuelve, en cierto modo, a los mismos temas: el amor, la búsqueda del yo, y el constante caminar hacia el futuro con la vista fija en el pasado. Convencida de que «mi hermano quería dejar huella. Yo soy su huella» (p. 46), la narradora se sumerge en el dolor para recuperar la felicidad que reside en el recuerdo. En ese viaje, falta el soporte de una historia excepcional, de una trama que guíe al lector por sus páginas. Pero, a cambio, existe todo un universo de sugerencias que, no por repetidas, dejan de tener el encanto de lo que aparta de los usos literarios más comunes. Y es que, después de todo, en un mundo «lleno de supervivientes que no saben a qué han sobrevivido» (p. 176), «las palabras son la única medicina que tenemos para la enfermedad llamada Muerte» (p. 116).

Wednesday, 22 September 2010

La fama


A los treinta y un años recibió en plena cara el golpe de la fama, la fama abrumadora. Su libro "La medición del mundo" se convirtió en el más vendido en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, mientras la crítica se apresuraba a encumbrarle. Recibió todos los premios posibles y los honores imposibles para un escritor en su país y fue traducido prácticamente a todas las lenguas escritas del mundo. Pero sobrevivió. Lo normal es que hubiera sido incapaz de escribir (exactamente lo que le ocurrió a Salinger), o que se hubiera quedado idiota de por vida (todos conocemos a alguien destruido por el éxito). Muy al contrario, después de su gran best-seller Daniel Kehlmann ha escrito una obra maestra en la que practica la autoironía y se ríe de la fama. Una obra brillante con aires unamunianos de escritura elegante y precisa. Un libro que se paladea, con un dominio de la técnica que apabulla.

La obra maestra de un maestro.

Thursday, 16 September 2010

Viento del este: Ismaïl Kadaré


Resucitar a los muertos, como hace Kadaré, es la verdadera función de la literatura.

Hace más de veinte años en Gijón Daniel Moyano me regaló un libro de Ismaíl Kadaré. Ya entonces se hablaba de este albano elogiado por John Updike en el New Yorker por la poesía y el aliento certero de su estilo.

Kadaré escribía sobre un pasado que vuelve al presente y lo secuestra, lo conquista o lo libera según el humor de sus distintas obras.

En aquel momento Kadaré acababa de publicar ‘El palacio de los sueños’, novela transitada de fino humor que no hizo reir a la dictadura albana. Inmediatamente fue prohibida por las autoridades militares, pero este revés político no impidió que el año siguiente el presidente de la Liga Albana de Escritores lo acusara de eludir deliberadamente las opiniones políticas para hacer una literatura fácil basada en el folclore y las tradiciones.

Todo ello acabó siendo un regalo para los lectores de Occidente: Kadaré emigró a Francia y engrosó las poco nutridas filas de los escritores que han logrado escribir y triunfar en un idioma que no era el suyo. Esa pequeña milicia cuyo comandante es Conrad y una de sus figuras cumbres mi admirada Karen Blixen. En Francia escribió ‘La pirámide’ y ‘El concierto’ y volvió a hablar de los muertos del pasado para resucitar a los muertos del presente.

Porque al fin y al cabo resucitar a los muertos es la verdadera función de la literatura, la única ciencia que convierte en futuro las fosas comunes.

Publicado originalmente en la web de los Premios Principe de Asturias.

Sunday, 5 September 2010

Seguir luchando, seguir escribiendo


Reproduzco un extracto de la entrevista de Luis García para literaturas.com.

«No hago una literatura complaciente, soy muy exigente conmigo misma y trato de ser todo lo honesta y comprometida que puedo. No hago concesiones, sobre todo no me hago concesiones y espero que de la exigencia nazca algo genuino»

Luis García.- Eugenia Rico, ¿es cierto que cuentas tus novelas por Premios literarios?

Eugenia Rico.- He ganado Premios importantes pero mi primera novela "Los amantes tristes" que ahora ha reeditado Circulo de Lectores (y es la sexta reedición) no sólo no tuvo ningún premio sino que no tuvo ninguna promoción, sólo tuvo el boca a boca o el boca oreja que es el mejor de los Premios. Sin embargo hay que presentarse a premios porque en este momento de mercadotecnia brutal son la única manera de dedicarse a la literatura con honestidad. El mejor premio es hacer amigos lectores.

Y nueva novela, y nuevo éxito de critica... ¿Qué te queda por conseguir en lo personal literariamente?

Todos queremos escribir el Gran Libro, ese que quede para siempre, que ayude a alguien a encontrar algo que buscaba, ese que cambia la vida de alguien, que te cambie la vida.

¿Qué queda de aquella inocente autora que ganara el Azorín en el año 2002 con La muerte blanca?

Soy la misma, llevo más de veinte años escribiendo porque a la literatura tienes que darle todo para que ella te de algo. Soy la misma y exploró nuevos caminos.

Lo cierto es que Eugenia Rico no “hace” literatura fácil, es decir, sin duda eres una de las voces literarias más genuinas y personales del actual panorama. ¿Eres consciente de ello?

No hago una literatura complaciente, soy muy exigente conmigo misma y trato de ser todo lo honesta y comprometida que puedo. No hago concesiones, sobre todo no me hago concesiones y espero que de la exigencia nazca algo genuino. Que las palabras huelan a verdad, que se puedan tocar, que se puedan oler. Buscar en las palabras y dentro de las almas. Buscar con la esperanza de encontrar y seguir buscando cuando no se encuentras.

¿Siente Eugenia Rico que conecta con los lectores?

Lo mejor de escribir, lo que te compensa de tantos sinsabores, son las cartas de los lectores a mi página web, una página que no aparece en mis libros y por lo tanto la han tenido que buscar. Cartas que me dicen que les he cambiado la vida, que les he ayudado a superar un momento difícil, algunos dicen que les he hecho llorar, otros que les he hecho felices. Por eso y por las cosas que te dicen en los encuentros con los lectores merece la pena seguir luchando, seguir escribiendo.

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