Algunas ranas macho viven para el amor. Cantan en la noche para conseguir el favor de las hembras. Las hembras prefieren a los machos que tienen las voces más potentes, que son siempre los más fuertes, los más poderosos. Y algunas ranas macho han descubierto que pueden colarse en las alcantarillas, en las acequias, en los conductos vacíos que los hombres ya no utilizan.
Son las venas cegadas de las ciudades, donde las ranas pequeñas pero astutas se esconden y consiguen que el eco amplié sus cantos. De esta manera sus cantos suenan poderosos y ellas consiguen ranas mucho más atractivas de lo que jamás podrían soñar. Estas ranas macho consiguen gracias a los trucos de la acústica, lo mismo que los artistas con el arte.
Conseguir el amor y la aprobación de hembras que no les hubieran dedicado ni una mirada. Esto es así al menos para los artistas machos, nadie quiere conseguir el favor de ranas hembra más poderosas sino más indefensas. Con esta parábola
Margaret Atwood, la mujer de las parábolas y de los símbolos, una escritora que se califica a sí misma de feminista, define el papel de la mujer-artista: alguien que lucha contra la naturaleza.
Lo cuenta en
Orix & Crake uno de los tres libros dedicados por ella que hay en mi biblioteca. Margaret Atwood es una autora muy importante en mi vida, sin duda lo ha sido también para otras mujeres escritoras. Desde que la conocí en el
Círculo de Bellas Artes de Madrid, cuando ella era aún desconocida por los lectores españoles y yo una autora inédita, ha sido una especie de faro de mi literatura. Margaret Atwood me miró con su vista rayos X, acogió con generosidad mis escritos primeros y no se rió de la jovenzuela escritora en ciernes.
Me preguntó si leía en inglés y si tenía valor: lo primero le condujo a abrir su maleta y regalarme varios ejemplares de sus obras más queridas: Alias Grace era en aquel momento (todavía no había escrito El asesino ciego) su favorita, la segunda pregunta fue el inicio de sus consejos a una joven escritora: para escribir hay que tener muchas cualidades, lo mismo si eres hombre que si eres mujer, pero el valor es la principal para las féminas.
Margaret creyó adivinar que yo lo tenía y yo admiro el valor de los Premios Príncipe de Asturias en premiar a una de las mayores escritoras vivas y una de las más valientes. Quizá ningún otro premio español se hubiera atrevido a premiar a una escritora que no duda en calificarse feminista y algunas de cuyas obras son, como ella dice, «ficción especulativa» y, como dirían con cierto menosprecio en España, ciencia ficción. Margaret Atwood es la escritora comestible porque todo en ella alimenta: la palabra, la metáfora, la visión. Dueña de un estilo y un virtuosismo formal que despliega lo mismo en El asesino ciego una de las mejores novelas de este siglo, que en sus otras obras. Y de un discurso radical que el tiempo no ha suavizado sino más bien al contrario.
Yo soy escritora porque conocí a Margaret después de haber leído en Inglaterra la maravillosa El cuento de la doncella, ella me enseñó que escribir es domar el impetuoso caballo del idioma pero sobre todo no perder nunca de vista la importancia de la trasgresión. El escritor está en la sociedad para ser un huésped incomodo, un profeta denostado que evite males mayores. El escritor debe luchar: con la palabra y con las ideas. Margaret Atwood es el nuevo Orwell. En su poesía disfrutamos la parte más desconocida y deliciosa de su fértil pensamiento.